lunes, 23 de abril de 2012

American Beauty

Por: Antonio Cabello Ruiz



Alan Ball es guionista, director y productor de cine y televisión estadounidense, entre sus trabajos podemos contar la dirección de series tan importantes como A dos metros bajo tierra y True blood. Sin embargo, la entrada de hoy versa sobre el magnífico guion que firmo Ball para la película American Beauty (1999), dirigida por Sam Mendes y protagonizada por Kevin Spacey y Annette Bening.

La película consiguió cinco Oscar´s, entre ellos el de mejor película, director, actor y guion original, este último premio fue a parar a las manos del debutante en esos momentos, Alan Ball. Este guionista guarda su Oscar´s en una caja de la Barbie y con cazadora encima.

El guion de American Beauty es una muestra perfecta de cómo tiene que ser un guion, una lección de cine como pocas se han visto en el cine. Es cierto que el film consiguió su promoción gracias al guion, ya que el máximo encargado de Dreamworks, Steven Spielberg, leyó el guion de cabo a rabo un sábado y le sorprendió tanto que el lunes compro los derechos de la misma. Sam Mendes sería el encargado de realizarla, para ellos Spielberg ponía una sola condición: que no cambiará ni una sola coma del texto.

El guion de American Beauty se sustenta en el personaje central de Lester, un ejemplo perfecto de creación de caracteres que perfilan un papel que provoca la empatía en el espectador.

A partir de aquí tenéis que tener en cuenta que mi análisis contiene ciertos spoilers de la película.

Ball es autor de todo un alarde que mezcla elementos como la muerte, la vida, la trascendencia, la opresión, la decadencia, la familia, la incomunicación o la infidelidad. En cierto sentido, nos acercamos al hombre, a la familia rota y a los quehaceres de un tío cuyas primeras palabras nos hablan sobre su propia muerte, a la cual pone fecha.

El guionista dota de una importancia significativa a la historia poniendo fecha de caducidad a la misma, ya que todo nos interesa más si contiene una serie de cotas que centran nuestra atención y estas cotas son establecidas por el personaje principal y la fecha de su muerte.

La conexión entre sentimientos, palabras y poderío visual se nota; hecho que nos lleva a pensar que Ball tenía ya en mente la adaptación de sus palabras a imágenes.

La muerte de Lexter es la excusa perfecta para retratar una familia incómoda destrozada por la rutina, una rutina que se ve alterada por elementos como la amiga guapa de su hija, el vecino que graba en la oscuridad o la pérdida del trabajo de Lexter.

Estos elementos producen un desarrollo perfecto que se plasma en giros sorprendentes de todos y cada uno de los personajes, dichos giros confluyen en una serie de escenas que tiene una carga visual y emocional de gran calado, como pocas hemos visto en la historia del cine.

Y Alan Ball tiene la culpa de que al acabar de verla nos echemos las manos a la cabeza y pensemos en nosotros mismos. La vida es así y cuando una historia te hace reflexionar hasta el último punto de tus convicciones, esa historia vale la pena y entonces queda en la historia como un ejercicio brillante.



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